Anduvo durante siglos por aquel bosque oscuro en soledad. Nunca se atrevió a mirar atrás, pues sabía que el mundo que dejaba le pisaba los talones. Aquel despiadado monstruo que desgarro su alma y destrozo su corazón hasta la extenuación, aún seguía ahí. El rastro de sus heridas delataba su agonía, y el aroma de su alma moribunda atraía de nuevo a la bestia. 

Aquellos viejos arboles eran sus testigos, pero no decían nada. Impasibles veían como aquellas negras garras arañaban su cuerpo en cada intento de apresarlo, pero nunca dijeron nada. Estaba solo. 

En su piel desnuda notaba el roce de las hojas y la tierra fría bajo sus descalzos pies. Aunque la oscuridad lo envolvía todo, sabía que debía seguir avanzado. No podía detenerse, no ahora que estaba tan cerca. No conocía su destino, pero este lo atraía.  

El muchacho camino y camino hasta que un día sus pies se detuvieron. Por fin llegó y ahí estaba su destino, paso a paso las sombras se disiparon. Entonces lo vio, aquella hermosa criatura frente a él. Por fin pudo detenerse y por primera vez no tuvo miedo a que lo alcanzaran. Pero seguía sin atreverse a mirar. Él sabía que entre la penumbra seguían aquellos ojos vacíos asechando.  

La criatura se acercó a él y una sensación de calma invadió al muchacho. Aquel mágico no era un extraño, aquel enigmático ser era parte de él. En silencio curó las heridas del chico. El joven descansó tumbado al lado de la criatura y volvió a sentir el calor de su alma dentro de su pecho. Paso el tiempo y se sintió fuerte otra vez. Un día la criatura se acercó a él y por fin le hablo. 

  – ¿Sabes quién soy? Pregunto el mágico animal. 

El joven asombrado, sacudió la cabeza negándolo. 

– Soy tu espíritu. Soy aquello que tanto has buscado. Ya no debes temer, porque ya no estás solo. Hoy es el día en que miraras hacia atrás y veras como la oscuridad desaparece. 

Entonces se giró lentamente y miro de frente a la bestia que lo asechaba. La oscuridad seguía ahí pero ya no era una amenaza, aunque siempre estaría ahí. Pero ya no tenía miedo, ya no estaba solo. Ahora era fuerte y el valor volvió a ser parte de él. Porque, aunque no había nadie más. Él estaba solo con el espíritu.